“Porque todo el que se ensalce
será humillado y todo el que se humille será ensalzado” (Lucas 14:11).
“Humillaos delante del Señor y él
os exaltará” (Santiago 4:10).
La palabra “ensalzar” proviene
del latín “exaltire”, significa engrandecer o llevar a un nivel superior,
elevarlo de categoría otorgándole una mayor dignidad que la que ostenta. Tiene
el mismo origen que la palabra “exaltar”, la cual es equivalente a dar mayor
mérito a la persona objeto de dicha exaltación o ensalzamiento. Dios engrandece
a quienes se humillan ante él, de ahí la frase bíblica que nos exhorta a
presentarnos ante su presencia con un corazón contrito y humillado. La palabra
“humillar” proviene del latín tardío “humiliare”, que significa doblar una
parte del cuerpo, sea la cabeza o las rodillas, en señal de sumisión y
acatamiento. Un corazón contrito es un corazón arrepentido, que se siente
triste por haber fallado o por no haber cumplido a cabalidad con aquello que
debió haber llevado a cabo. Los hijos de Dios, los que hemos decidido aceptar a
Cristo en nuestros corazones como nuestro Salvador, sabemos cuáles son las
cosas que debemos hacer para agradar a Dios, para cumplir con sus ordenanzas y
estatutos, para adorarlo como sólo él merece. Es tan fácil para el ser humano
sumergirse en su propio mundo en procura de defender sus propios intereses y
luego hasta llegar a alegar: “yo no estaba haciendo nada malo”. El punto es que
para nosotros es un mandato el servir a Dios y a la obra de su reino, por
tanto, cuando nos concentramos solamente en lo que nos gusta o queremos hacer,
olvidándonos de todo lo demás, aunque no creamos estar haciendo nada malo, no
estamos haciendo lo que nos conviene hacer, lo que Dios nos ha ordenado, lo que
ya sabemos es nuestro deber. Hay otro asunto, al concentrarnos en aquellas
cosas que anhelamos llevar a cabo en este plano físico, sin poner en primer
lugar a nuestro Padre celestial, se vuelve prácticamente un hábito el creernos
que somos lo más importante en nuestras vidas y ahí comienza a crecer el
orgullo que a veces disimulamos llamándolo “amor propio”. La verdad es que
siempre que no tengamos a Dios delante de todas y cada una de las cosas que
hacemos a diario, tenemos razones de sobra para humillarnos delante de él en
señal de sumisión, pidiendo su comprensión, su misericordia y su amor. Que no
seamos como el fariseo aquel que se vanagloriaba ante el altar de la iglesia de
que él sí cumplía con todos sus deberes, porque ese tipo de orgullo está lejos
de la sumisión que Dios exhorta a sus hijos que deben tener en su presencia;
tampoco seamos de doble ánimo, con un corazón tibio que deja de poner a Dios en
primer lugar pero, como no siente que hace nada malo, no se muestra arrepentido
ante el Creador por no haber cumplido su deber, sino que sigue viviendo su vida
como si nada estuviera pasando. Encomienda al Señor todos tus caminos y aún
cuando sientas que estás haciendo todo de la manera más correcta posible,
preséntate en sumisión y acatamiento delante de su presencia. Es lo mejor que podemos
hacer para estar en paz con nuestro Padre celestial, porque nada de lo que
hagamos será suficiente para retribuirle el gran amor que él nos da y todo lo
que él pide a cambio es nuestra obediencia. En este día decido presentarme
humillado delante de Dios porque quiero ser ensalzado por su amor. Y tú,
¿quieres ser ensalzado por Dios?