viernes, 8 de julio de 2016

Ensalzado por Dios.


“Porque todo el que se ensalce será humillado y todo el que se humille será ensalzado” (Lucas 14:11).

“Humillaos delante del Señor y él os exaltará” (Santiago 4:10).

 
La palabra “ensalzar” proviene del latín “exaltire”, significa engrandecer o llevar a un nivel superior, elevarlo de categoría otorgándole una mayor dignidad que la que ostenta. Tiene el mismo origen que la palabra “exaltar”, la cual es equivalente a dar mayor mérito a la persona objeto de dicha exaltación o ensalzamiento. Dios engrandece a quienes se humillan ante él, de ahí la frase bíblica que nos exhorta a presentarnos ante su presencia con un corazón contrito y humillado. La palabra “humillar” proviene del latín tardío “humiliare”, que significa doblar una parte del cuerpo, sea la cabeza o las rodillas, en señal de sumisión y acatamiento. Un corazón contrito es un corazón arrepentido, que se siente triste por haber fallado o por no haber cumplido a cabalidad con aquello que debió haber llevado a cabo. Los hijos de Dios, los que hemos decidido aceptar a Cristo en nuestros corazones como nuestro Salvador, sabemos cuáles son las cosas que debemos hacer para agradar a Dios, para cumplir con sus ordenanzas y estatutos, para adorarlo como sólo él merece. Es tan fácil para el ser humano sumergirse en su propio mundo en procura de defender sus propios intereses y luego hasta llegar a alegar: “yo no estaba haciendo nada malo”. El punto es que para nosotros es un mandato el servir a Dios y a la obra de su reino, por tanto, cuando nos concentramos solamente en lo que nos gusta o queremos hacer, olvidándonos de todo lo demás, aunque no creamos estar haciendo nada malo, no estamos haciendo lo que nos conviene hacer, lo que Dios nos ha ordenado, lo que ya sabemos es nuestro deber. Hay otro asunto, al concentrarnos en aquellas cosas que anhelamos llevar a cabo en este plano físico, sin poner en primer lugar a nuestro Padre celestial, se vuelve prácticamente un hábito el creernos que somos lo más importante en nuestras vidas y ahí comienza a crecer el orgullo que a veces disimulamos llamándolo “amor propio”. La verdad es que siempre que no tengamos a Dios delante de todas y cada una de las cosas que hacemos a diario, tenemos razones de sobra para humillarnos delante de él en señal de sumisión, pidiendo su comprensión, su misericordia y su amor. Que no seamos como el fariseo aquel que se vanagloriaba ante el altar de la iglesia de que él sí cumplía con todos sus deberes, porque ese tipo de orgullo está lejos de la sumisión que Dios exhorta a sus hijos que deben tener en su presencia; tampoco seamos de doble ánimo, con un corazón tibio que deja de poner a Dios en primer lugar pero, como no siente que hace nada malo, no se muestra arrepentido ante el Creador por no haber cumplido su deber, sino que sigue viviendo su vida como si nada estuviera pasando. Encomienda al Señor todos tus caminos y aún cuando sientas que estás haciendo todo de la manera más correcta posible, preséntate en sumisión y acatamiento delante de su presencia. Es lo mejor que podemos hacer para estar en paz con nuestro Padre celestial, porque nada de lo que hagamos será suficiente para retribuirle el gran amor que él nos da y todo lo que él pide a cambio es nuestra obediencia. En este día decido presentarme humillado delante de Dios porque quiero ser ensalzado por su amor. Y tú, ¿quieres ser ensalzado por Dios?

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