Pocas historias bíblicas son tan famosas como la que narra el encuentro bélico entre israelitas y filisteos en la cual los principales protagonistas fueron David y Goliat. Es un tema conocido por personas de todo el mundo, aún entre los que nunca abren la Biblia para estudiarla, porque el cuadro ilustrado con la lucha de un pequeño David contra un guerrero con más del doble de su tamaño es una situación muy similar a la que todos alguna vez enfrentamos en la vida. David era el menor de ocho hermanos, el más pequeño en una familia israelita cuya tradición concedía al primogénito la supremacía sobre todos sus hermanos y sobre los bienes familiares cuando el padre ya no podía encargarse de dirigir al clan familiar. De ahí podemos deducir que era poco probable que la gente, comenzando por sus parientes, vieran en David a alguien destinado a ocupar un sitial de importancia en la sociedad judía de la época. De hecho, aunque la familia de David ostentaba una situación social privilegiada dentro de su nación, la función que David desempeñaba entre los negocios familiares era la de cuidar algunas ovejas de su padre y nada más. Aquel día David, cumpliendo los mandatos de su padre Isaí, fue al valle de Ela, terreno donde se encontraba el ejército israelita preparándose para la batalla contra sus homólogos filisteos, fue allí para llevar provisiones a sus tres hermanos mayores y a tener noticias de cómo estaban ellos. Justamente cuando David llegó al círculo del campamento, las fuerzas disponían la batalla y se daba el grito de guerra. Apenas había saludado a sus hermanos cuando escuchó a Goliat gritar desafiante a los hebreos para que eligieran de entre su tropa a un soldado que fuera capaz de medirse contra él en una lucha hombre a hombre con el fin de decidir cuál de los dos ejércitos se rendiría al otro. Desafío que repitió durante cuarenta días, dos veces por día, sin que apareciera un israelita dispuesto a aceptar el reto. Por el contrario, los soldados israelitas huían de Goliat, porque le tenían mucho miedo. Incluso, el rey Saúl había ofrecido riquezas, eximir el pago de tributos a su casa paterna y otorgar la mano de su hija al soldado que venciera a Goliat, pero ninguno estaba dispuesto a enfrentar a aquel guerrero inmenso que burlonamente intimidaba al ejército judío. David comenzó a indagar acerca de los detalles de aquel evento que le parecía tan bochornoso. Que un "filisteo incircunciso" desafiara de aquel modo a los escuadrones del Dios viviente resultaba una osadía imperdonable para David. Eliab, su hermano mayor, creyó adivinar las intenciones de David. Le habló con ira, señalándole que él conocía de la arrogancia y malicia en el corazón de su hermano menor, creyendo que David había descendido al terreno sólo para ver la batalla. David, obviamente acostumbrado a que le llamaran constantemente la atención, replicó que él sólo hablaba sobre el tema e, ignorando los reproches de su hermano mayor, siguió indagando sobre lo que el rey ofrecía a quien derrotara a Goliat. Fue así como llegó a oídos de Saúl que aquel muchacho quería aceptar el reto del guerrero filisteo y lo mandó a llamar. Le dijo a David que él era sólo un muchacho y que no podría vencer a aquel guerrero tan experimentado. David aseguró al rey que lo enfrentaría tal y como otras veces había enfrentado a los osos y leones que atacaban a las ovejas de su padre que él apacentaba, dijo que vencería a aquel filisteo porque había desafiado a los escuadrones del Dios viviente, añadiendo que Jehová, quien lo había librado de las garras del león y del oso, lo libraría de la mano de ese filisteo. Saúl permitió que saliera al terreno de batalla. Le proporcionó sus propias armas y su armadura, las cuales él rechazó, porque no estaba acostumbrado a usar esos pertrechos de guerra. Tomó su cayado, recogió cinco piedras lisas del arroyo, las puso en su bolsa pastoril y con su honda en la mano le salió al frente a Goliat. El Todopoderoso ya había seleccionado a David para que fuera el próximo rey de Israel. Tiempo atrás envió al profeta Samuel a ungir con aceite a David y desde entonces el Espíritu de Jehová había descendido con poder sobre él. El Señor veía en el corazón de David que su fe haría de aquel joven un rey fuerte y sobre todo leal a sus designios. Aún entre los servidores del rey habían quienes sabían que Dios estaba con David. Ellos le habían recomendado al rey que mandara a llamar a David para que le tocara el arpa cuando fuera atormentado por el espíritu malo que el Señor le había enviado desde que, debido a su desobediencia, Saúl había salido de la gracia de Dios. En esa ocasión uno de los criados del rey dijo que David era: "valiente, hombre de guerra, prudente de palabra, de buena presencia; y Jehová está con él" (1ra. Samuel 16:18).
Goliat subestimó a David tan pronto lo vio, se adelantó hacia él confiado, maldiciéndolo y amenazándolo. David corrió a su encuentro invocando el nombre del Señor, tomó una piedra de su bolsa y la arrojó con su honda hacia Goliat, clavándosela en la frente. Goliat cayó de bruses y David, corriendo hacia él, le cortó la cabeza con su propia espada. El ejército filisteo entró en pánico inmediatamente, sus hombres huyeron despavoridos y los hebreos corrieron tras ellos provocando gran mortandad entre las fuerzas filisteas. Aquel fue el primer hecho heroico de David. En un instante, con un tiro de su honda, todo cambió de repente. Los judíos se envalentonaron derrotando a sus enemigos, los filisteos sintieron gran temor y huyeron despavoridos. Muchas situaciones en la vida pueden cambiar si atacamos de frente al que aparenta ser el lado más grave del asunto y lo hacemos confiados en que Dios está de nuestro lado. Cuando eso sucede, hasta aquellos que ignoraban lo que Dios tenía reservado para ti serán los primeros en querer aprovecharse del triunfo que habrás obtenido gracias a Dios, porque así obra el Señor, dando misericordia a los hombres, no por sus propios méritos sino por su gracia, por su bondad, por su amor. En el relato de David contra Goliat predominó la obediencia y confianza que David depositó en su Creador. Hagamos lo mismo que David y derribemos de un golpe divino cualquier obstáculo que se interponga en nuestro camino. El Señor está contigo.
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