miércoles, 29 de octubre de 2014

El fariseo y el publicano.

El fariseo que orando de pie en la sinagoga da gracias por no ser como otras personas sino que él cumple con todos los requisitos de un buen miembro de su congregación religiosa… no está hablando con Dios. Él está hablando "consigo mismo", y lo dice la Biblia (Lucas 18:10-14). Todos los que alguna vez hemos compartido aunque sea un breve espacio de tiempo con personas pertenecientes a comunidades religiosas hemos escuchado al menos una vez el comentario de: "yo soy hijo de la promesa, mis padres eran cristianos y yo nací en el cristianismo" o "nunca falto a la iglesia, siempre ayuno, doy mis diezmos y ofrendas", y algunos comentarios más de esa misma índole que en ocasiones no es más que una especie de modo jactancioso de creerse mejores creyentes que otros que apenas tienen uno o dos años de conocer la doctrina religiosa en cuestión. Probablemente esas personas también oran para ellos mismos, como lo ilustra el pasaje de Lucas, y ellos creen que hablan con Dios. La otra cara de la moneda es la de aquel publicano, en el mismo pasaje, que se siente tan poca cosa que no quiere ni siquiera mirar al cielo sino que implora a Dios que lo tome en cuenta sin mirar sus faltas. Sobre este último, dijo Jesús a sus discípulos, que descendió a su casa justificado, no así el fariseo, "porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humille será enaltecido". Es decir que no importa si es un pastor, una monja, un diácono o un adorador… cualquiera que se enaltece es humillado por su propio accionar, por creerse mejor que los demás. No hay que buscar otro culpable de esta humillación que no sea la propia persona que pretende ser mejor que los ladrones, injustos, adúlteros, etc. Esto porque debemos estudiar la palabra y aprender de sus enseñanzas. Ser humilde ante nuestro creador es una garantía de que no incurriremos en ese tipo de fallo al creernos mejores que otros, aunque esos otros vivan en el pecado. Hay que concentrarse en la viga del propio ojo y no en la paja del ojo ajeno. En última instancia, no existe una sola cosa que podamos hacer para reclamar luego que merecemos ser premiados puesto que Dios nos ha dado todo por su gracia, y nuestras acciones no estarán nunca a la altura de la misericordia de nuestro Creador.

Así que cuando ores al Altísimo no intentes echarle en cara todo lo bien que te has portado, porque él lo sabe todo, mejor pídele que te dé fortaleza para afrontar las pruebas de este día y que perdone las faltas que puedes haber cometido aún sin darte cuenta. Eso es lo que le agrada al Señor.

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