miércoles, 12 de noviembre de 2014

La clave del perdón.

El tema del perdón es uno de los más complejos a los que tiene que enfrentarse la humanidad. Al hombre no le es tan fácil entender y aceptar que le conviene perdonar. Creo que todos entendemos eso. Hay personas que son más sensibles que otras, se ofenden por cualquier cosa y encuentran faltas en cualquier acto que a ellos les parezca un agravio en contra de su persona, aunque sólo sea un accidente o un error involuntario. Esas personas no la pasan bien. Tampoco lo pasan bien las personas que guardan rencor en sus corazones. Se someten a tal amargura que llegan a enfermarse y hacen del mal humor parte intrínseca de sus personalidades. Si uno ve a una persona que siempre está malhumorada y aburrida es muy probable que esa persona tenga muchos resentimientos guardados en su corazón. Hacer tal cosa sólo daña a quien la hace. A nadie le conviene guardar rencor, hay que evitarlo a toda costa, es cuestión de analizar los hechos de un modo objetivo, entender la causa y el origen de la acción cometida y luego preguntarse uno mismo ¿Qué gano yo con guardar rencor por esta acción?, es una de las pocas preguntas que existen cuya respuesta es siempre agradablemente negativa. Sí, porque si llegas a la conclusión de que nada se gana con el rencor y, por el contrario, puedes llegar a perder mucho, incluso tu salud, inmediatamente te darás cuenta que ese no es un buen negocio. Así de simple.
Más ¿Qué sucede cuando alguien lastima tu amor propio e hiere tus sentimientos?, ¿qué ocurre cuando a pesar de los razonamientos te das cuenta que lo sucedido en verdad te duele? Sabemos que el tiempo cura las heridas, que nos sentiremos mejor con el paso de los días, pero mientras tanto existe un hoy y tenemos que lidiar con lo que hoy sentimos. El capítulo 18 del libro de Mateo, versos 15 al 35, nos explica detalladamente las diferentes circunstancias que se presentan con respecto al tema del perdón. Nos dice como actuar y de qué manera debemos perdonar. Incluso, nos enseña la forma de actuar, dependiendo del tipo de persona que ha cometido la falta. Comenzando por las personas de quienes tenemos constancia acerca de su conocimiento de la palabra de Dios, no me refiero exclusivamente a religiosos sino a todo aquel que sigue el camino que Cristo dejó hecho para nosotros. Al reconocer que un hermano ha cometido una falta u ofensa en contra nuestra, lo primero que debemos hacer es confrontarlo. Esto es sumamente importante. A veces ocurre que la persona infractora ni siquiera sabe que ha cometido dicha infracción, ignora que ha incurrido en una violación a los derechos de su hermano, por eso es conveniente que la persona ofendida le haga saber al ofensor su visión y sentir respecto a lo acontecido. Si dicha persona muestra arrepentimiento y está dispuesta a reparar el daño causado, siempre y cuando sea  posible, o pide perdón, prometiendo no volver a hacerlo, entonces esa persona debe ser perdonada de su deuda. Si en cambio no muestra arrepentimiento ni desea escuchar los reclamos del ofendido, hay que confrontarlo con dos o tres testigos con quien esta persona tenga lazos fraternales. Pueden ser miembros de la misma iglesia que él asiste, o hermanos de una misma institución en la cual se trabaje para la obra del Señor. Si aún delante de los testigos no está dispuesto a variar su actitud, entonces dice la  Biblia que lo tengamos por gentil y publicano, como una persona a quien no le interesa conocer a Dios. En otras palabras, podemos dejar de considerarlo como una persona en quien debemos confiar, alguien de quien nos conviene alejarnos y mantenernos lejos. Nada de eso significa que debemos guardar rencor, pero está claro que si una persona no desea rectificar el mal que ha hecho es porque no le interesa ser perdonado por ti y no le interesas tú. Evitar ese tipo de personas también nos evitará el tener que seguir enfrentándonos con el dilema del perdón. Tengamos siempre presente que a nuestros hermanos, los que se muestran arrepentidos del error o daño cometido, debemos perdonarlos hasta setenta veces siete. Cubrámonos de amor para lograrlo con mayor facilidad, porque todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, y si no sabemos perdonar de corazón, tampoco somos merecedores del perdón de Dios.

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