“No aborrecerás
en tu corazón a tu hermano. Ciertamente amonestarás a tu prójimo, para que no
cargues con pecado a causa de él. No te vengarás ni guardarás rencor a los
hijos de tu pueblo. Más bien, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Jehovah”.
(Levítico 19:17-18).
Muchas de las
enseñanzas que contiene el antiguo testamento fueron diseñadas especialmente
para el pueblo judío en su etapa de peregrinación por el desierto y durante su
establecimiento en la tierra prometida. Aunque es posible aplicar algunas de
esas enseñanzas a nuestra vida diaria, la realidad es que muchas de ellas
pueden ser solamente simbología de la cual tomar referencia para los asuntos de
hoy. Sin embargo tenemos otras lecciones de esas contenidas en el viejo
testamento que perduran en el tiempo y aún el Maestro Jesucristo las usó para
predicar acerca del reino de Dios, como podemos comprobarlo en los evangelios.
Una de estas es el mandamiento de amar al prójimo. Es una orden que está desde
el principio y nos acompaña cada día de nuestra vida. Tenemos un sinnúmero de
posibilidades con las cuales darnos cuenta de si estamos o no obedeciendo este
mandamiento. Nuestra capacidad de obediencia en este sentido se pone a prueba a
cada momento. Cuando pensamos en las personas que en este instante están
internos en clínicas y hospitales sin que nadie los visite ni les dé una
palabra de aliento, es una oportunidad de preguntarnos si podemos hacer algo al
respecto y así mostrar nuestro amor real por nuestro prójimo. Lo mismo aplica
para los niños huérfanos en los orfanatorios y los ancianos en los asilos,
también para los presos en las cárceles. ¿Te has preguntado cuántas cosas
podrías hacer para mostrar al Creador que obedeces su mandamiento de amar al
prójimo y al mismo tiempo atesorar tu patrimonio celestial donde la polilla no
corrompe? Siempre habrá gente a quien podemos apoyar de algún modo. Niños
huérfanos, asilos de ancianos, enfermos en los hospitales, presos en las
cárceles, estos son cuatro renglones que están a disposición de los obedientes
del Señor para que no tengan excusas de que no sabían como podían ser útil a la
causa del reino. También es una forma excelente de predicar con el ejemplo.
Hay un tema que
debemos tratar diligentemente a tiempo y fuera de tiempo, es el asunto de no
guardar rencor. En el pasaje bíblico que inicia este escrito podemos observar
que se nos ordena no aborrecer a nuestro hermano en nuestros corazones, esto
significa nunca guardar rencor ni pensar en la venganza. Se nos aconseja
amonestar a quien consideremos haya incurrido en una falta grave en perjuicio
nuestro, esto es para que no conserves un pecado que no te corresponde, porque
si algo te hacen y no lo expresas, conservando la ira de manera interna, estás
multiplicando la maldad de lo acontecido. Aún más, puede ser que la infracción
cometida en tu contra no haya sido intencional, si no lo comentas con tu
hermano él no tendrá la oportunidad de rectificar sus hechos y pedir perdón.
Ante su desconocimiento, su pecado también será el tuyo. Es fácil amar a quienes nos aman o a quienes nos caen bien. Pero la Biblia está llena de exhortaciones acerca de dar por gracia lo que por gracia hemos recibido, tratar a los demás como queremos ser tratados, amar a los demás como a nosotros mismos, y orar por aquellos que se creen nuestros enemigos… es un asunto serio para reflexionar seriamente. No es asunto de uno o dos minutos, es algo que debemos tener pendiente todo el tiempo. Amémonos los unos a los otros.