jueves, 27 de noviembre de 2014

Corazón limpio y sin rencores.


“No aborrecerás en tu corazón a tu hermano. Ciertamente amonestarás a tu prójimo, para que no cargues con pecado a causa de él. No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Más bien, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Jehovah”. (Levítico 19:17-18).

Muchas de las enseñanzas que contiene el antiguo testamento fueron diseñadas especialmente para el pueblo judío en su etapa de peregrinación por el desierto y durante su establecimiento en la tierra prometida. Aunque es posible aplicar algunas de esas enseñanzas a nuestra vida diaria, la realidad es que muchas de ellas pueden ser solamente simbología de la cual tomar referencia para los asuntos de hoy. Sin embargo tenemos otras lecciones de esas contenidas en el viejo testamento que perduran en el tiempo y aún el Maestro Jesucristo las usó para predicar acerca del reino de Dios, como podemos comprobarlo en los evangelios. Una de estas es el mandamiento de amar al prójimo. Es una orden que está desde el principio y nos acompaña cada día de nuestra vida. Tenemos un sinnúmero de posibilidades con las cuales darnos cuenta de si estamos o no obedeciendo este mandamiento. Nuestra capacidad de obediencia en este sentido se pone a prueba a cada momento. Cuando pensamos en las personas que en este instante están internos en clínicas y hospitales sin que nadie los visite ni les dé una palabra de aliento, es una oportunidad de preguntarnos si podemos hacer algo al respecto y así mostrar nuestro amor real por nuestro prójimo. Lo mismo aplica para los niños huérfanos en los orfanatorios y los ancianos en los asilos, también para los presos en las cárceles. ¿Te has preguntado cuántas cosas podrías hacer para mostrar al Creador que obedeces su mandamiento de amar al prójimo y al mismo tiempo atesorar tu patrimonio celestial donde la polilla no corrompe? Siempre habrá gente a quien podemos apoyar de algún modo. Niños huérfanos, asilos de ancianos, enfermos en los hospitales, presos en las cárceles, estos son cuatro renglones que están a disposición de los obedientes del Señor para que no tengan excusas de que no sabían como podían ser útil a la causa del reino. También es una forma excelente de predicar con el ejemplo.
Hay un tema que debemos tratar diligentemente a tiempo y fuera de tiempo, es el asunto de no guardar rencor. En el pasaje bíblico que inicia este escrito podemos observar que se nos ordena no aborrecer a nuestro hermano en nuestros corazones, esto significa nunca guardar rencor ni pensar en la venganza. Se nos aconseja amonestar a quien consideremos haya incurrido en una falta grave en perjuicio nuestro, esto es para que no conserves un pecado que no te corresponde, porque si algo te hacen y no lo expresas, conservando la ira de manera interna, estás multiplicando la maldad de lo acontecido. Aún más, puede ser que la infracción cometida en tu contra no haya sido intencional, si no lo comentas con tu hermano él no tendrá la oportunidad de rectificar sus hechos y pedir perdón. Ante su desconocimiento, su pecado también será el tuyo.
Es fácil amar a quienes nos aman o a quienes nos caen bien. Pero la Biblia está llena de exhortaciones acerca de dar por gracia lo que por gracia hemos recibido, tratar a los demás como queremos ser tratados, amar a los demás como a nosotros mismos, y orar por aquellos que se creen nuestros enemigos… es un asunto serio para reflexionar seriamente. No es asunto de uno o dos minutos, es algo que debemos tener pendiente todo el tiempo. Amémonos los unos a los otros.

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